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Lo que la filosofía enseña… y no nos damos cuenta


Lo que la filosofía enseña… y no nos damos cuenta



Juan Sobejano

Lo que la filosofía enseña… y no nos damos...
Vale, “ya está otra vez este pesado del Sobejano con sus rollos filosóficos”. De acuerdo, prometo contenerme en el futuro y portarme bien. Lo que pasa es que últimamente, por deformación curricular, estoy aplicando otros focos de análisis a la actualidad y a la situación en la que nos encontramos. Y la verdad es que sigo teniendo ganas de pegar fuego a todo, pero ahora de manera racional… si es que eso es posible. Antes de lanzarme a la piscina hay una pregunta clave que todos los que hemos estudiado la carrera de filosofía nos hacemos en alguna ocasión: ¿Para qué sirve la filosofía? Aquí podemos coger las respuestas de muchos filósofos, como Fernando Savater o Gustavo Bueno, pero lo importante es aquí cambiar la pregunta y hacérsela del siguiente modo: ¿Para qué te sirve a ti la filosofía? Y aquí cada uno ha de encontrar una respuesta, porque créanme, todos tenemos respuesta para esta pregunta. Por mi parte puedo decir que la filosofía me ayuda a pensar, a estructurar mi pensamiento, a hacerme las preguntas correctas (que es más importante en ocasiones que tener las respuestas).
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Sin embargo, cuando observamos la segunda pregunta que he hecho ya vemos una de las claves de la filosofía, su subjetividad. No hay una teoría filosófica canónica, aceptada por todos como verdadera. Cuando analizamos la historia de la filosofía observamos como cada autor construye su teoría de un modo lógico y racional. La filosofía evoluciona dando saltos de verdad en verdad, utilizando los tres tipos de razonamiento (deductivo, inductivo y abductivo). Una propia visión del mundo La subjetividad es clave en el conocimiento. No hay un conocimiento objetivo (más allá de las matemáticas, la física y afines), sobre todo en las ciencias sociales. No existe el conocimiento inocente, y mucho menos su interpretación y comunicación. Esto es evidente, como digo, sobre todo en las ciencias sociales. El economista, ya esté enfocado a la economía política o a la econometría, no es un sabio aséptico, sino que interpreta el fenómeno económico desde sus propias bases intelectuales. Cualquier acción humana, ya sea ésta empresarial, social, enfocada a la innovación o al ocio, parte de una visión personal del mundo, de unos fundamentos previos que hacen a la persona pensar de una determinada forma y dar valor a una serie de cosas y teorías sobre otras. Un economista de izquierdas responde de distinta manera a un mismo problema que uno de derechas. No sólo en cuanto a las soluciones, sino incluso en cuanto a la interpretación del problema. Y todas serán ciertas… porque son construcciones teóricas. El problema es que la economía es un saber práctico, tiene un fin en el diseño de la realidad, y una construcción teórica tiene deficiencias en cuanto que ha de suponer la racionalidad de las acciones humanas. Actuamos racionalmente, lo que nos hace previsibles y eso permite hacer ingeniería social. ¿De verdad? Pues no, en absoluto, no hay racionalidad en muchas acciones y decisiones humanas. Hacemos lo imprevisible y respondemos de manera distinta a los mismos estímulos. Si no que se lo digan a los pobres expertos en marketing. Esta falta de inocencia antes mencionada se ve claramente en la presentación de la información. Me resulta muy curiosa la manía que tienen programas como El Objetivo de mostrarse como meros transmisores de información, sin un objetivo de crear opinión, cuando la sola elección de los temas y la forma de presentarlos ya están creando opinión. Lo bueno es bueno y malo a la vez Esto nos lleva a un tema clave en filosofía y del ser humano, la ética. Junto con la filosofía política, la ética forma las dos patas fundamentales de la filosofía práctica. Ya comenté en otro artículo las difíciles relaciones entre la ética y los negocios. Introducir la ética en nuestras acciones de manera consciente (porque de manera inconsciente forma parte de nosotros como animales éticos) supone en primer lugar, y simplificando opciones, decidir si apostamos por una ética de los fines o una ética de las acciones, es decir, si mi comportamiento ha de ser ético en cuanto a los fines que pretendo [por ejemplo, si EEUU hace la guerra a Siria por evitar la utilización de armas químicas contra su población (y concediendo que esas son las razones, que es mucho conceder),  está desarrollando una ética de los fines, en la que un fin adecuado utiliza acciones inadecuadas para materializarlo], o bien mi comportamiento ha de ser ético en sí mismo, en cada acción que desarrollo (en el ejemplo mencionado EEUU rechazaría la guerra como opción por no ser ética en sí misma, buscando los mismos fines por otras vías). Esta división no es inocente, pues toda acción tiene ramificaciones y consecuencias inesperadas. No vivimos aislados, sino que desarrollamos nuestra existencia en redes, de modo que nuestras acciones no sólo tienen el efecto deseado y buscado, sino que tienen otros incluso desconocidos. No estoy predicando un tipo de ética, creo que ambos enfoques tiene sus pros y sus contras. Del mismo modo que la acción ética es importante, tanto o más lo es la teoría ética, es decir, no ya cómo actuamos, sino qué principios fundamentan esas actuaciones. En un artículo, mi amigo Julen Iturbe hablaba de la importancia de la vulnerabilidad. Contra esa cultura empresarial de macho alfa (como dice Julen) existe la posibilidad de reconocer y gestionar la propia vulnerabilidad. En el fondo es una decisión moral, una toma de postura por el pragmatismo de lo útil o por el idealismo de lo verdadero. La verdad no existe, pero es tan atractiva… La filosofía nos enseña a relativizar el concepto de verdad. La propia lectura de los filósofos supone la interpretación de su filosofía: hay tantas visiones de Platón como lectores tenga. Por supuesto todos los filósofos buscan la verdad, pero no creo que haya ninguno que crea haberla encontrado. El propio Platón, consciente de la dificultad de encontrar la verdad en este mundo material, la elevó al mundo de las ideas, en el que la esencia de las cosas y entes inmutables formaban un entorno de verdad. La ausencia de verdad supone la asunción de otros conceptos como el de posibilidad, certeza o validez. Cuando un empresario, emprendedor o como queramos llamarlo trabaja en un proyecto propio ha de desterrar la verdad (y por tanto la inmutabilidad) de su vocabulario y de sus ideas. No existen, no son ciertas. Son más útiles conceptos como el de validez, que pone en relación la realidad de los mercados (clientes) con las posibilidades de las empresas. Pero si es difícil capturar la verdad, más lo es capturar la esencia, lo que hace que una cosa sea lo que es, lo que hace que por muchos modelos de coches (con sus formas, colores, añadidos…) que veamos siempre seremos capaces de identificar un coche. Me gusta en este sentido la metodología del Back to Basics. Creo que es interesante que todo proyecto desarrollemos seamos capaces de partir de lo más básico, aunque sea sólo como una acción intelectual. ¿Qué somos? Pero cuidado, porque el lenguaje es aquí un enemigo, una limitación a la hora de capturar esa esencia, ese ser que buscamos. El lenguaje (oral, visual, auditivo…) tiene limitaciones y se rige por una serie de códigos que, para más inri, cambian espacial y temporalmente. De aquí la importancia de la tecnología, de las herramientas de comunicación, no como fines en sí mismas, sino como instrumentos de comunicación. Siempre digo en mis clases que los medios sociales no son fines, sino herramientas, y al mismo tiempo cada herramienta nos da una serie de posibilidades que hemos de ser capaces de explorar. Hablar de “verdad” es perder el tiempo. La filosofía (y la economía, la sociología, la antropología…) es un saber de acólitos, de seguidores de escuelas y teorías que utilizan como herramienta de relación la razón y no la fe. Decidirse por una teoría, un modelo de gestión, una corriente económica o un enfoque sociológico depende de entornos, influencias y razonamientos propios, pero son caminos de divergencia, aunque no incomunicados. Una visión global Esos caminos divergentes, como digo, se pueden comunicar, y no son sólo caminos recorridos por teorías, sino también por ramas del saber. La filosofía muestra cómo el conocimiento no es un hacer estanco, sino que está lleno de poros por los que rezuman ideas y teorías hacia otras ramas del conocimiento. La antropología, la economía, la sociología, la política, la ética… todos se necesitan unos a otros en distintos grados. No se pueden definir aisladamente porque siempre hay un punto en el que se tocan. La filosofía ayuda a mostrar una visión integral del ser, del fenómeno real que se manifiesta en forma de teoría económica, de acción etnográfica, de visión sociológica o de regla ética. No hay clientes, hay seres humanos que en un momento dado son clientes, pero que para conocerlos no basta con segmentarlos, hay que conocerlos en sus relaciones sociales. Qué buscan, qué desean, cómo lo desean, cómo se mueven, cómo se relacionan y cómo y por qué sufren. Al final cualquier teoría de gestión o ideación (lean startup, customer development, design thinking…) tiene una base filosófica detrás, una comprensión del mundo y del entorno particular. No es ajena a ese enfoque la corriente filosófica que sostiene a una determinada cultura. Cada cultura (americana, europea, japonesa…) tiene unos componentes éticos y filosóficos que la definen. Estos son la base ideológica desde la que se construye toda la teoría posterior. Nadie va a construir un modelo de gestión basado en la cooperación y el valor del grupo y las redes si cree en el individualismo a ultranza. Al final, lo que está en el subsuelo de nuestras teorías visibles es posiblemente lo más importante, porque es el primer paso para llegar a esas teorías. Desde la gestión hasta la innovación trabajamos en base a unos códigos mentales, a unos paradigmas propios que no necesitan ser ciertos, porque nos basta con que sean válidos. La filosofía, en cualquiera de sus ramas, ayuda a dar forma a esos paradigmas ya sea de manera consciente o inconsciente porque, con mayor o menor profundidad, el ser humano es un ser pensante y sólo en su pensamiento es libre y capaz de razonar en una dirección u otra.
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